Nuestra cultura trata actualmente las diferencias neurológicas de los seres humanos medicalizando y considerando patológicas con afirmaciones como: "Juan tiene autismo”, "Susana tiene un trastorno del aprendizaje", “Pedro padece un trastorno de déficit de atención”. Es lo que argumenta Thomas Armstrong en el libro El poder de la neurodiversidad (Paidós, 2012).
Sin embargo, reflexiona Armstrong, "necesitamos un nuevo concepto de neurodiversidad que conciba los cerebros humanos como las entidades biológicas que son, y que sea capaz de apreciar las enormes diferencias naturales que existen entre un cerebro y otro en lo relativo a socibilidad, aprendizaje, atención, estado de ánimo y otras funciones mentales".
Según el científico hemos de admitir que no existe un cerebro estándar (ni cien por cien “sano”), es decir, admitir la neurodiversidad. En la actualidad, la Wikipedia define la neurodiversidad como "una idea que afirma que el desarrollo neurológico atípico (neurodivergente) constituye una diferencia humana normal que debe ser tolerada y respetada".El libro habla del autismo, de la dislexia, de la hiperactividad, de la depresión, de la bipolaridad, de lo síndromes vinculados con diferencias en la inteligencia, etc. E ilustra su teoría con casos tan curiosos como el de Gloria Lenhoff, una mujer de unos cincuenta años que “no puede cambiar un dólar, no puede restar siete de quince, ni distinguir la izquierda de la derecha, ni cruzar sola la calle, ni escribir su nombre legiblemente.
Su coeficiente intelectual es de cincuenta y cinco. Pero puede cantar ópera en veinticino idiomas diferentes, entre ellos el chino”. Padece el síndrome de Williams, lo que implica que posee destrezas visuales y espaciales muy pobres, pero excelentes habilidades conversacionales y un talento único para la música. ¿Són "débiles de mente" las personas como Gloria?, se pregunta el autor. "No importa cuán inteligente eres, sino de qué manera lo eres".