
"Fosforito" tenía 7 años cuando se presentó a un concurso de baile en el tablado “La Jaula del Loro”, ahí bailando con los pies, las manos y de cabeza ganó el primer premio.
A partir de entonces inicia su caminata de showman callejero, pionero de una rutina caricaturesca. Tuvo como primer escenario el Mercado del Puerto y en medio del barullo y al son de sus castañuelas “de huesos” oficiaba de músico excéntrico. Después en la calle bailaba acompañándose al ritmo de sus castañuelas, alternando con su acto de mimo ambulante recorría la noche de la ciudad trepado en los tranvías, vendiendo diarios “al grito”. Así durante años que le dejaron como anécdota espiritual un soplo de inspiración poética para componer un tango que tituló “Lágrimas de un canillita”.
En su primera mutación del adolescente al hombre estrena su alegoría “chaplinesca” recibiendo a los niños que concurrían los domingos de mañana a las funciones del “Cine Baby” en el cine Metro. Luego agrega a su repertorio de morisquetas la animación de fiestas infantiles, sin abandonar nunca su puntual caminata por las calles de Montevideo. A partir de ahí lo vimos en la Vuelta Ciclista del Uruguay llegando primero a cada pueblo montado en un triciclo de juguete, o disfrazado de Cantinflas en las Criollas del Prado jineteando un burro pateador, o cuando los domingos caía por la feria de Tristán Narvaja integrando un trío de excéntricos musicales.

Provocaba el asombro del público cuando en los bailes del Parque Hotel acompañaba con sus huesos o cucharas a las orquestas de Juan D’Arienzo en “La Cumparsita” y a Donato Racciatti en su tango “El Oriental”, desatando el emocionado aplauso de los bailarines. Fue figura de los carnavales, homenajeado por conjuntos y coronado por la Comisión Municipal de Fiestas como “Marqués de las Cabriolas”.
Texto de Roberto Bianco