Más allá de la posible ironía de la observación, es innegable el aire afrancesado que posee la tranquila vía de tránsito todavía en algunos tramos, a pesar de que los eucaliptos no tengan nada de galos. Esos lugares son los últimos vestigios de lo que fuera a fines de siglo pasado el auge de Villa Colón.
Surgida alrededor de la estación del ferrocarril, y vinculada desde siempre a la zona de viñedos que la circunda aún en parte y que constituye la más antigua producción vitivinícola del país, Colón pasó a cierta altura a ser una zona apetecida por nuestras clases altas como residencia veraniega.
Ello tuvo lugar al mismo tiempo que Paso Molino y Capurro iban perdiendo su condición de zona de quintas, cuando éstas comenzaron allí a ser literalmente cercadas por la acelerada urbanización fruto de la conjura entre rematadores como Piria y las compañías de tranvías, en la que sería la última gran expansión de la ciudad.
Colón conservó todavía, durante varias décadas del siglo pasado, su atmósfera semirrural y tranquila, pero la moda de la costa - con el esplendor de Pocitos primero y más adelante Carrasco - liquidaría para siempre su condición de barrio residencial. Por eso es que viene dando, desde hace tanto tiempo, la impresión de una década sostenida, que sin embargo no llega nunca a su culminación. Muchas grandes casaquintas han sido demolidas, surgiendo en esos vastos terrenos viviendas hechas en forma cooperativa por sectores populares de la población.
Quedan sin embargo, sobre Lezica y a pocas cuadras de la plaza colonense, añejos palacetes funiseculares con sus jardines húmedos y tristes. Uno de ellos se destaca por la imponencia y desmesura de su mole neoclásica: fue la residencia de verano de la familia Idiarte-Borda.
Caminando por Lezica precisamente, es posible experimentar de un modo vivencial el aire sutil que impregna todavía esas enormes y antiguas rejas, imaginando lo que podía ser en los atardeceres de verano de mil ochocientos noventa y pico el trajinar por allí de volantas y carruajes. O los encuentros en el banco de mármol de alguna de las quintas entre el dandy enamorado y la señorita bien encorsetada en su vestido blanco.
Siguiendo por Lezica, llegamos al Colegio Pío, una institución de la zona. Regenteado por los padres Salesianos, fue en su momento una escuela agraria, en la rama vitivinícola sobre todo, transformándose con los años - ya avanzado el siglo XX - en colegio especializado para párvulos díscolos e ingobernables, suerte de casa de corrección para niños de clase alta.
Su observatorio astronómico y su museo de historia natural eran lugares de visita - incluso en la década del 50 - para alumnos secundarios de todos los colegios católicos. También, hasta ese tiempo, la insólita "chancha", así era llamada popularmente la antigua bañadera salesiana, un ómnibus de principios de los veinte en uso hasta casi el sesenta acarreaba jóvenes futbolistas semanalmente hasta los campos del Colegio Pío.
Pero Colón es hoy una barriada pujante, que ha crecido por ejemplo hacia Progreso, quitándole espacio a las zonas urbanas. En los aledaños de su plaza se ha constituido un centro comercial de movimiento bastante intenso, que llena las necesidades de un amplio radio rural y urbano circundante, cuya lejanía del centro es ostensible.
extraído de: "Rincones de Montevideo" | Alejandro Michelena